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miércoles, 29 de mayo de 2019

LA SECRE Y YO

EL CABO

Que no se descarte que después de la muerte hay realmente amor.

Si uno no teme morir menos tendría miedo de amar. La cuestión es que la muerte es segura, pero el amor no lo es. Por eso el enamoramiento es una aventura, un experimento en el que como tal hay riesgos y precauciones. Alguna vez fui tan bueno que en mi trabajo me designaron a una Secretaria, dirá usted que no hay motivo para pensar mal, pero le digo que el amor siempre emerge en los sitios en donde se codea uno con colegas y personal a cargo, o por qué cree usted se hizo indispensable la Ley de acoso sexual. Preciso es decir que en ningún momento se me ocurrió la idea de tener algo con mi Secretaria y menos con lo eficiente y ordenada que se mostraba. Me gustaba que mi Secretaría estaba siempre de buen talante e impecable presentación, le encontraba a veces arreglando su cabello, pintando sus labios o acomodando su media, siempre eludía las miradas directas y sin mediar confianza alguna se refería a mi como "el doctor". No fue cuando tuvimos que preparar unos reportes cuando vimos que el tiempo no nos iba a alcanzar y entonces abnegada dijo se digno a pasar de largo o sea de noche y hasta el amanecer si así lo requería, me sentí bien por el grado de eficiencia que demostraba y me permití pedir a domicilio comida y unas bebidas, ella en el computador hacia vibrar el mueble donde escribía con una agilidad pasmosa. Solo ya muy entrada la madrugada el frío arrecio y solo faltaba imprimir y ver que los suministros tanto de impresora como de papel no se acabasen, le dije que se recostara en un sofá y muy caballeroso le presté mi saco para cobijarse del frío, ella tenía sus ojos rojos pero hermosos que divisé a través de sus gafas, en más de una ocasión cabeceaba por el sueño y cuando un pitido me alertaba que se acababa el papel tenía que ver debajo del mueble para tomar el papel y surtir el alimentador, y también se terminó la tinta a la impresora y como los cartuchos nuevos estaban en un estante arriba del sofá tuve que hacer alarde de agilidad para no despertar a mi Secretaria sin embargo un mal paso de repente me desequilibra y termino cayendo encima de ella, asustada se incorpora mientras le trato de pedirle excusas, ella entonces se sonroja, quizá cree fue intencional mi propósito y mientras yo coloco los cartuchos en la impresora se aproxima, me atrae por la corbata y me intenta besar, trato de esquivar su acción e intentar que no mal entienda el percance pasado, apenas escapo y ella entonces se avergüenza y pasa de un momento emotivo a sollozar, creo hice mal en rechazarla en forma tajante, la impresora comienza de nuevo a imprimir y mi corazón entre el susto y la culpa trata de repararse. La verdad no sé qué decirle para que deje de llorar, pienso que diga lo que diga no bastará para que me perdone. Amanece y ella desaparece, yo me he quedado dormido, y sobre el sofá hay una hoja de papel, es un manuscrito de mi Secretaria, la renuncia irrevocable al cargo. Me desalienta esa actitud. Entrego los informes impresos y me dirijo a recursos humanos en donde averiguo la dirección de mi Secretaria, es descortés, pero no pude dar la cara, solo mediante unas letras traté de expresarle mi confusión con todo eso, le recalqué que no estaba preparado para una relación menos cuando algo así me exigía dar algo que yo no tenía: amor. En horas de la tarde también pasé mi carta de renuncia y de allí evadí cualquier acto humano que significara socializar.

Nota: Nunca supe que había sido de mi Secretaría, y si leyó la nota o no. Pero me vuelvo a disculpar por lo que creo no hice bien.