EL CABO
ME OFRECIERON UN BALAZO, UN RON, UNA MUJER, ME NEGUÉ. GONZALO ARANGO
Por azar me encuentro en un burdel ansiando conocer a una mujer bonita, no tengo ganas de morir virgen, temo que Dios me reclame con razón "...con tanta vieja bonita y barata". Acá el amor se comercia en billetes de grueso calibre, en el salón principal uno coge fuerza al ver a las danzantes tan escasas de ropa y tú tienes que tirarle los billetes en forma de lanzas. El encargado me indica a una señora gorda que tiene el catalogo "para otra vez vienes más temprano y te separo carne fresca" dice, pero yo no vine a enseñar sino ha aprender. Y elijo al azar a una tipa con cejas pobladas que aparece en la foto sonriente pero me parece esta enfadada. Me espera en el 23, y como la señora recibe el pago y me da una botella cortesía de la casa por ser mi iniciación se gana un -gracias- de mi parte. El 23 es un cuarto intentando pasa por una decenta habitación de hotel cinco estrellas, el piso huele a vinagre y se detecta el desaseo del baño. La chica no es ni parecida a la de la foto, o el catalogo no esta actualizado o el fotógrafo es un imbécil, es una señora menuda, que quizá tenga hijos, esto último lo adivino por sus tetas caídas y lo de señora por una fea cicatriz que casi le va desde el ombligo hasta el sexo. Esto humilla mi orgullo, pero recuerdo las palabras de algún amigo que decía que en toda mujer se encuentra algo de belleza. Y le doy razón a mi amigo porque en cuanto habla la "señora" me es exquisita su voz, tiene el timbre exacto para pensar que debía trabajar en la radio o en alguna línea erótica, me saluda de mano y me invita a la cama, allí me empieza a desnudar paso a paso y con una delicadeza exacta, me perdona de paso el roto de las medias y el percudido de la camisa, ella en cambio desliza la seda de su cuerpo y queda ya en pelota y por lo que capto al excitar su sexo la "señora" viene antes de mi de una racha de amantes, debo también sugerir aquí que la virginidad de un hombre no importa, uno mete su órgano en un condón y ya queda apto, meter el pene en un condón y luego en una vagina es un acto sistemático casi al borde de la melancolía porque en un segundo todo puede acabar. Le pido a la "señora" me hable y ella no se le ocurre otra cosa que recitar una oración mientras yo excitado más por su voz que por sus encantos me atengo a la pose del misionero para sentir que de mis entrañas se desprenden sustancias viscosas capaces por la presión de traspasar hasta el colchón. Para no quedar mal con la "señora" espero a perder del todo la erección, ella se retira y luego le causa desazón el condón que extraigo y que a contra luz examino, ¡vaya! pero si estaba lleno. La señora antes de irme me da una tarjeta de publicidad no de ese negocio sino de otro donde ofrecen sus servicios señoritas, lo que me impacta es escuchar a la señora antes de despedirse decir "allá trabaja mi hija".