VEYTOR
Usamos el amor como un pañuelo, los mocos somos nosotros.
César y yo vamos buscando aventuras, se hace tarde y la inseguridad se ejecuta, nos toma la noche de sorpresa, no hay vuelta atrás, sale una chica acomodando su falda ofreciendo con su facha sus servicios, yo acomodo mi navaja en mi bolsillo, pero hay decencia en la chica al indicarnos a donde están las sumisas. En la residencia de paso hay tiradas una esteras, la luz se apaga a las once, dos carismáticas hippies tocan la flauta, las aplaudimos y les compartimos nuestras esteras, el César fuma la mala hierba se atora y por poco se ahoga, a mi una de las chicas me hace un masaje, toca y toca y se asombra del calibre de mi cetro ceremonial, hasta que tengo que revelar que no es mi miembro masculino sino un arma calibre 30.30 o mejor una escopeta recortada "la recortada", la nena quiere que se la muestre. La chica me ve como a un forajido, se ilusiona, el César en cambio ha aprendido el sexo en la pose de el loto y si te veo no te toco ¡pobre!. Yo no atesoro a la nena, ella huele a humo y yo a sudor, no me imagino que saldrá de los 2. Ella me pide matrimonio para poderla tocar, le explico que yo no creo en dios, menos en un juez, ella se asusta, me ve como cosa rara, el César tuerce los ojos y lanza sus chorros de luz y no preña nada, yo en cambio trato de explicar a la chica que de todas maneras haya dios o juez o matrimonio o amor de todas formas estamos condenados y hay que aprovechar, y ante su negativa me dan ganas de tomar la "recortada" y pegarme un tiro, trato sin embargo de anularme mediante el pensamiento, fracaso y me duermo abrazado con la "recortada" que tiene dos huecos y habla menos.
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