Por César Vélez
Llega lasciva, esta ebria, dice malas palabras, la someto de forma fácil, huele a cigarrillo, quizá se pego un enganche, sus pupilas están dilatadas, expele el olor de una perra en celo, con la sed del sexo que le palpita, que le llama, y sus hormonas están a mil, no apunto a esperar le rompo la tanga por encima del jean, esto la vuelve más violenta me toma y la tomo, y así va la lucha, hasta que desordenamos la habitación, me envuelve en las cortinas, creo su trasero fue visto por los transeúntes de la otra calle, se me lanza como un simio salta sobre un montón de bananas y quiere morderme, nos estrellamos contra la pared del baño y acierto a abril la llave de la ducha, es más maravilloso de lo que hubiese creído: gime, grita, se mueve cual serpiente, pero no escapa y entonces ubico el centro de sus senos y me hundo y por allí mismo sigo la senda de su sexo que acribillo con mi lanza curtida de elixir mágico y ella retoza de la furia y me pide el favor no deje de embestirla así... en un último instante sus ojos blanquean y mi fuerza está a punto de abandonarme para hacer que todo el jugo de mis bolas se explaya y entonces me para en seco rogando que no termine dentro de ella... la tiro sobre la cama y la castigo con la correo igual que veintiséis años antes debió hacerlo su papá...
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