EL CABO
El hombre luego del coito es un animal triste.
Fernando González.
- Si no soy un auto - le dije, y recordé porque había conquistado ese día a esa chica: mi auto.
Si supiera ella que era prestado.
Pero allí me tienen con ella en esa cama desnudos y haciendo el acto sexual.
Mi pene como un pistón.
Su vagina como un engranaje.
Su cabello que estorba y ella me monta y a veces yo la monto.
Ella dice que la magia la da la velocidad, por eso va y viene y ya con mi perno y su tuerca lubricada se va logrando un roce satisfactorio. Y oigan chicos esto: no se pongan el condón solo cuando sientes van a cumplir con el acto, pónganlo desde el inicio de la perpetración.
Ya ni se de donde agarrarme, ella me ofrece sus pechos con huellas blancas por el reciente bronceado, yo lo logro, ella no y sigue martirizando mi sexo para que se levante y siga, por eso uso la lengua para decirle que ya no puedo y ella toma mi mano y se pega del dedo medio y luego de los demás dedos y acaba.
Es cuando le digo que me tengo que ir (de nuevo) pero esta vez es para devolver el auto que no es mío. Estalla en protestas, toma mi chaqueta donde tengo un rollo de papel higiénico y más condones y se la lleva y se fuga con ella. Hasta el sol de hoy no aparece ni la chaqueta ni ella.
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